Muchas veces utilizamos las palabras y términos según como los hemos aprendido, o basados en el referente que tenemos, como si fuera adherido a nuestra forma de pensar, hablar y expresarnos. Sin embargo, todo ese vocabulario que utilizamos cotidianamente tiene un origen (etimología) el cual la mayoría de las veces no tenemos claro, o por su uso cotidiano no se nos ha hecho necesario investigarlo. De modo que, de forma diacrónica, se van anexando y modificando acepciones de cada palabra, las cuales a su vez se van incorporando al léxico diario con nuevas interpretaciones y usos, hasta que, basado en criterios los cuales realmente desconozco, los estudiosos de la lengua (en este caso la lengua española o castellana), deciden incluir dichas acepciones en el Diccionario de la Real Academia Española (R.A.E). Así, nos encontramos con el hecho de que cada palabra puede ser utilizada de múltiples formas con significados que van acorde al entorno, el contexto, tanto literario como físico, y a la visión de quien las utiliza, salvando las distancias entre lo que es un uso particular y lo que significa una transgresión de las reglas gramáticales y conceptuales, establecidas y aceptadas para nuestro idioma. Es pensando en todo esto, que traigo a colación el tema de esta entrada del Blog: ¿que es un relato y que es un cuento?
Si volvemos a las definiciones de la R.A.E prácticamente podría decirse que son sinónimos. Sin embargo, según mi manera personal de interpretar los términos, el relato es una forma de narrar o describir un hecho de forma secuencial y apegada lo mas posible a la realidad y al entorno, el relato tiene una linealidad lógica temporal que nos permite seguir el hilo en el tiempo de lo que va sucediendo. Si bien la realidad, una vez relatada, dificilmente escapa a la interpretación y subjetividad del narrador, el "relato" de ella siempre tiene una base y un fondo en un hecho ciertamente acaecido, susceptible de ser comprobado o corroborado. En otras palabras, el relato no deja espacio a la fantasía o al acto creador del narrador, salvo la habilidad para adornar, gracias a la adjetivación y comparación, con imágenes descriptivas el hecho relatado.
La contrapartida a este apego a la realidad vendría a ser (nuevamente de acuerdo a mi interpretación personal) la narración de un cuento. El cuento no solamente deja espacio a la ficción, sino que permite la ruptura de la linealidad temporal y nos da la libertad de transgredir el espacio y el tiempo, como si fueran simples hojas de papel plegadas, para formar la figura e imágen que tenemos en el pensamiento, independientemente de si está basada o no en un hecho de la "realidad" circundante.
Ahora bien, la línea que separa el "cuento" del "relato" es tan fina que muchas veces deja de ser continua. Un relato de un hecho que no puede ser comprobado ni verificado, independientemente de la calidad de su factura, puede pasar a ser considerando un "cuento". De la misma manera, las expresiones del pensamiento, sentimientos o sensaciones de una persona solo pueden ser corroboradas por la misma persona, esto no determina la veracidad o no de las mismas, sin embargo no excluye la realidad del hecho, por lo cual no podemos (según mis propias interpretaciones) definirlo como un cuento o un relato, sino que pasaría a ser ambos a la vez. Así, las narraciones de experiencias personales e introspectivas podrían caer todas en este "limbo" conceptual narrativo.
Ya que todo lo dicho anteriormente es una interpretación sobre la semántica de los términos, cada cual sacará sus conclusiónes, pero mientras eso ocurre o me llegan argumentos diferentes, y para no extenderme demasiado en esta elucubración, aquí les dejo un relato que espero les distraiga y sea de su agrado:
Vitrina
Es como una gran fiesta de alta
sociedad, sólo que los invitados viajan a través del tiempo, vuelven de remotos
siglos y espacios con sus trajes multicolores, extraños a mis ojos y elegantes
en su momento.
Reyes aztecas, príncipes persas,
señores feudales y arlequines. Marquesas enjoyadas y vírgenes indias,
caballeros ingleses y cosmopolitas americanos. Siglos XII, XIV, XVI y quien
sabe cuantos más.
Todos comparten un mismo lugar con
una sonrisa en el rostro, plasmada, plástica, irreal. Tan irreal como la mirada
fija, estática, orgullosa e irreverente de aquellos que saben que su tiempo ha
pasado, y que al lugar en donde están no llegaran las pasiones y las penas del
mundo real. Ya solo les queda soñar.
Así como sueño yo ahora con esa
fiesta inmortal de los muñecos en la vitrina, mirándome a través del cristal.
Rafael Ghinaglia
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