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miércoles, 30 de enero de 2013

¿Que leer?

     Costumbrista, Vanguardista, Clásica, Modernista, Realismo Magico, Universal, Neoclásica, Barroca, Aventura, Romance, Misterio, Suspenso, Policiaca, Bizantina, Caballería, Ciencia Ficción, Realista, Crónica, Gótica SatiricaTerrorEspionajePicarescaInfantilmoriscanegratestimonialhistoricaautoayudacomicsasíaolicatalesternhydjeudkjeudjblablablabla................¡y pare usted de contar!
     Y es que hay tanto por leer que si solo decidiéramos tomar lo publicado en este país, exactamente el día de hoy, sin tener que ir a buscarlo, puesto en nuestras manos desde que amanece, estoy seguro de que no nos alcanzaría el tiempo para vivir sino dentro de los libros, (recordemos a Don Quijote y que su locura provino sólo de los libros de caballería). 
      A todo estos tipos de lectura hay que agregarle las épocas y fechas en que fueron escritos desde el inicio de la historia, (sin olvidar que la "historia" comienza con la palabra escrita). Eso nos deja una cantidad de lectura disponible tan ingente que necesitaríamos no una vida sino muchas vidas para leer lo que existe, eso  suponiendo que ya no se escribiera ni una palabra más y  partiendo del principio de que no tuviéramos que comer, dormir o...  vivir. 
     Con todo esto me viene a la memoria algo que aprendí de un profesor de Física de la Facultad de Ciencias U.C.V, a quien siempre recuerdo y cito, Abraham Lozada. Él nos estaba tratando de introducir en el concepto de orden de magnitud, para explicárnoslo utilizó como ejemplo el tiempo que tendríamos que invertir para leer los libros de una biblioteca sencilla, en fin, no recuerdo con detalles el ejemplo, lo que si recuerdo es que su conclusión muy real fue que, "debíamos ser muy selectivos con lo que leíamos porque había mucha información escrita y no teníamos sino una vida para leer". (Que no quede duda de que la física no sólo enseña fórmulas, sino una manera de ver el mundo) ;-).
     Lo cierto es que nos queda entonces la pregunta, ¿Qué leer? y allí está el problema. Como dice el refrán popular, "cada cabeza es un mundo", pues entonces cada cual tendrá que buscar el mundo literario que se adapte a su cabeza, y es en esta búsqueda en donde entran los amigos, la publicidad, la critica literaria, los autores, los estilos, etc. Y es en esta búsqueda en donde de alguna manera trato de ayudar al recomendar las lecturas que, a mi parecer, son buenas, sin entrar en detalles de lo que es "bueno" o "malo" (tema de una próxima entrega). 
     En conclusión, hay que leer, leer para vivir y no vivir para leer. Entre una cosa y otra, si mi criterio les sirve de algo (un poco loco y muy diverso), les recomiendo "El árbol generoso" (Título original: The giving tree) de Shel Silverstein, de fácil lectura, breve, pero con una profundidad impactante dentro de su simplicidad aparente, un cuento para niños, pero niños hasta de 99 años.
     Para terminar por hoy les dejo, a quien le guste la poesía, dos poemas de Luis Manzur Dekash, del libro "Rayas y colores", 1935: "T.B.C" y "En un barco de besos". No conseguí en internet los datos de este poeta  venezolano (lo cual no quiere decir que no estén), pero prometo irme a las bibliotecas para buscar la información y publicarla en lo que la tenga, porque me pareció muy interesante la forma de escribir para la época en que escribe (1935).

Que tengan buena lectura y hasta las próximas palabras que se me caigan de la pluma, (digo, del teclado).     

martes, 22 de enero de 2013

Moises Diez. Fabricante de reminiscencias y relojes.

     Solo era un paseo sencillo, una tarde, de esas que no tienes nada que hacer y sales a alguna parte con el sol oblicuo ya en declive. Pero al final no fue tan sencillo, y nuestro andar nos llevó hacia la Plaza Bolívar por  las calles, sorpresivamente vacías, del centro de Caracas, no es que no hubiera nadie, pero nada que ver con el acostumbrado ajetreo de ríos de personas que te tropiezan, te apresuran o te interrumpen el paso al esquivar a los vendedores de la calle en los días de semana, y además sin el incesante y atormentador corneteo innecesario del estrés descargado en el volante. Lo cierto es que a medida que nos acercábamos a la plaza el suelo de las calles cambio dejando paso a un empedrado nuevo, con los restos de los rieles del antiguo tranvía demarcando el inicio de un "boulevard", que comenzaba a ser agradable. De pronto nos golpeó sin preámbulos una música ni estridente, ni desagradable, e independientemente de que música era, digo nos golpeó por que fue tan de improviso que provocó un cambio en nosotros. Al inicio, mi sobrino se negaba a salir de casa y abandonar el televisor y los juegos de video, pero a sus trece años, sin él darse cuenta su animo cambio. En la Plaza San Jacinto, un grupo de personas sin mas excusas que un equipo de sonido bailaban en parejas, las calles estaban limpias, el aire seco y diáfano típico de Enero. De pronto me sentí como si fuera un guía turístico, esta es la antigua botica Santa Sofía, aquella que ves allá La casa natal de Bolívar, por este pasaje encuentras la Librería Historia, atendida por sus propios dueños y con verdaderos libros antiguos y de colección, y allá en la esquina, aunque es nuevo, el café Venezuela con un excelente café helado.
     Así, ahora íbamos los tres con una sonrisa, recordando nosotros cosas pasadas y el preguntando cosas desconocidas. Le hablé de la retreta, costumbre antaña en la plaza Bolívar, fuimos nuevamente golpeados cuando al llegar, ¡allí estaba una orquesta tocando la retreta! Conticinio, Dama Antañona y la infaltable Alma Llanera, un señor mayor, barriendo la plaza, cientos de palomas en el suelo y los árboles, con niños dándoles de comer.

     - Aquí es el único sitio en donde alguna vez vi ardillas negras.
     - ¡Si tío! ¡Alli va una!

     La cara de asombro fue mayor cuando las ardillas bajaron a comer maní y pan de las manos de la gente. Sentados en un banco decidimos que era hora de partir. La Catedral, El Palacio de Gobierno o Casa Amarilla, el Teatro Principal, el Palacio Municipal, el Capitolio y la Asamblea Nacional se incorporaron a mi recién adquirida labor de "Cicerone".
     Y allí de frente, la majestuosa y anciana Ceiba de San Francisco, detrás, la no menos anciana iglesia de San Francisco la cual le da el nombre y a la cual nunca había entrado. En esta oportunidad estaba abierta, pero antes, pudimos mostrarle las agujas tipo gótico del Palacio de las Academias, que contrastaban con las columnas y capiteles estilo románico que sujetan el frontispicio del Palacio Federal Legislativo, justo enfrente.
     La iglesia fue otro descubrimiento, un abrir de ojos e imágenes, los retablos, esculturas y pinturas siglo XVIII, unidos a los altos y dorados altares de madera de las naves laterales y el magnífico altar central.
     Mientras recorríamos las naves y detallábamos cada inscripción, cada grieta, cada mínimo resquicio o cicatriz de las imágenes, nos preguntábamos inevitablemente las historias, cuentos y anécdotas que podrían narrar a través de los siglos todas estas reliquias si cobraran vida.

     - Tío esto da miedo, son muy viejas, yo no me quedaría una noche aquí.
     - ¿Pero que te da miedo?
     - Es que todo es muy viejo.

     Nos sentamos a escuchar la misa con mi madre y la verdad, la conversación del padre fue muy amena, lejos de los típicos sermones siglo XVIII, fue ciertamente agradable y divertido, incluso se metió entre los bancos y le colocó el micrófono a una pareja de recién casados. Tanto es así, que al terminar la misa fui a preguntarle al Padre cual arcángel era el que presidía el altar, y el mismo no sabía, entre opiniones propuestas y sanas discusiones, el padre, otro sacerdote mayor, el monaguillo y todos los que estábamos ahí logramos discernir quienes eran todos los santos del altar.

     - ¿Tío como se te ocurre discutir con el cura y meterte en el altar?   
     - ¡Porque quería saber pues! Los padres son personas, no les tengas miedo.

     Fue durante la misa, en las partes rutinarias y ya establecidas cuando descubrimos lo que originó este relato, junto al banco en el que estábamos, adosado a una columna, balanceándose inmutable y trasmitiendo un campanilleo cada cierto tiempo que no pude precisar, había un reloj de pie, largo y alto, de algo mas de dos metros, con su caja de madera adaptada a las formas de la columna, lo que indica que fue fabricado específicamente para ella, poseía un péndulo de bronce, contrapesos también de bronce, su horario y minutero de diseño antiguo, neobarroco, recargado, todo ello recubierto por prístinos cristales y, maravillosamente, el reloj marcaba correctamente la hora y producía irreverentes y sonoros  "trim, trim, trim, plin", que interrumpian la cadencia sistemática de la misa ese Domingo por la tarde. En el medio de su fachada pudimos leer:
Fabricante de relojes


     Quisimos saber luego, quién, cómo y dónde había fabricado aquel testigo sonoro que, desde quien sabe cuanto tiempo, permanecía imperturbable. Un reloj ajeno e indiferente al pasar del tiempo

"Moisés Diez, español, estudió en suiza, fue el mejor relojero que ha existido en España, fabricó relojes y campanas y fundo una empresa en 1902, muere a los 50 años en 1929"

      Y sigue allí, impasible, alegre y estilizado, como prueba de Moisés y su legado, para que nadie pueda dudar la grandeza y habilidad de "el mejor relojero que en España ha existido".
     Si alguna duda les queda, sólo acérquense una tarde de Domingo, o un día cualquiera que la iglesia esté abierta, él, les aseguro, estará allí esperando, recostado a su columna con su péndulo de bronce y sus campanas aun sonando...

Enero 22/2013

martes, 15 de enero de 2013

Cazador de tesoros

     Cada uno se inicia en la lectura en diferentes etapas de la vida, y cuando digo se inicia no me refiero a aprender a leer o a estudiar, hablo de cuando comienzas a leer libros lejos de los libros de texto o aprendizaje, cuando comienzas a encontrarle ese gusto a repasar las páginas unas tras otra, sin querer dejar de leer o cortar la historia a medias, cuando abres un libro en la mañana y al cerrarlo el sol se ha ido y ni siquiera has comido, o cuando te llaman quinientas veces, te buscan, te preguntan y comienzas a desesperarte porque no te dejan seguir el hilo, hablo de querer llegar a la casa, saludar apenas y buscar el desenlace de la novela que dejaste en la noche, y no has podido sacar de tu mente en todo el día, hablo de ese inicio en la lectura que te llena de ilusiones y alegrías, de historias y fantasías o verdades destempladas con realidades subyugantes. En fin, cada uno se inicia en diferentes momentos y edades.
     En mi caso particular tengo definido exactamente como y con que libros me inicie en la lectura, aunque eso será motivo de otra entrada otro día, lo cierto es que hace años, dentro de los libros que recuerdo haber leído y que en algún momento me llenaron la cabeza de aventuras, se hallaba "La venganza de Winetou" del escritor alemán Karl May. Este libro comenzaba para mi a la mitad de una historia, me llevaba de la mano por el Oeste norteamericano y luego me dejaba con un final abierto e inconcluso. Lo he leído muchas veces y aun me sigue atrapando.
     En fin, todo este preámbulo es para decir que ayer, para mi sorpresa, encontré en un librero por accidente la primera parte de esa historia, "La montaña de oro". Y lo que realmente me motiva a relatarlo aquí es esa sensación que me imagino todo lector asiduo pasa en algún momento. Esa sensación de descubrimiento de algo especial, algo oculto y algo secreto que te obliga a nadar por las librerías y libreros hurgando, desempolvando, sacudiendo y levantando cajas y libros arrumados o sepultados en estantes solitarios. Ese sobresalto cuando al fin encontramos esa primera edición del libro que tanto nos gusta, o aquellos poemas callados y pocos conocidos de un autor particular, o al abrir la primera página maravillarnos al ver la dedicatoria de puño y letra del autor cuando era un desconocido. 
     Hoy en día cuando queremos buscar libros de un autor o una saga cualquiera simplemente recurrimos a internet y los ubicamos rápidamente por este medio (si aún existen en el mercado), pero nada de esto podrá igualar al simple, sencillo y complicado placer que proporciona la búsqueda de esas palabras y letras que nos mueven la pasión, y nos convierten, a pesar de toda la tecnología de hoy, en unos verdaderos cazadores de tesoros arrastrando nuestros dedos por las viejas o nuevas tapas de aquellos buenos libros.
     Al terminar de escribir estas palabras, me voy a rellenar los espacios huecos que tengo en mi recuerdo de aventuras, a sumergirme en las llanuras entre el rio Pecos  y el Canadiense (Colorado), entre Apaches y Comanches. Así que no me llamen, no me escriban y no me busquen hasta que, al amanecer, regrese del Oeste. 
    
     Aquí les dejo este otro tesoro que tengo por aquí  y que los reto a buscar para que se puedan llenar de una suave, dulce, candorosa y meláncolica prosa poética, o como la llamó el mismo autor: "Elejía andaluza", me refiero a "Platero y Yo" de Juan Ramón Jimenez del cual les dejo el capítulo primero "Platero"

martes, 8 de enero de 2013

...sin pagar un precio.

      He llegado aquí y no sé donde es aquí, sigo sin saber a donde pertenecer y tal vez por eso mi soledad es mas profunda, mas sincera, mas completa. 
     Quisiera mirar hacia atrás y hallar algún espacio al cual volver, aquel lugar donde en algún momento las nostalgias y los recuerdos se junten con el presente y, junto con una mirada, una mano o algún afecto, poder realmente decir he vuelto a casa. Pero lo cierto es que no tengo ni siquiera a quien mostrar estas líneas y esperar un poco de comprensión, no que las entienda o me entienda, tan solo un poco de comprensión. 
     He aprendido tantas cosas en todo este tiempo y tan poco de mi mismo, sigo sabiendo lo mismo y aún no hallo respuestas, aún no hallo las preguntas y quizás, solo quizás, tenga, sin saber, todas las respuestas.
     Sólo estrellas fugaces, a las cuales me he acercado, han tratado de vislumbrar un futuro en mi silencio. He extendido mis labios y he besado sus sueños sin ser mi propio sueño, y me he perdido, y no me encuentro, y no se puede desandar lo andado sin dolor      ...sin pagar un precio.

                                                                          Enero 2006